Carlos Muñoz Vázquez
8 de noviembre de 2012
Lo
nuevo siempre termina por volverse viejo: la ropa, los autos, la
música, nosotros mismos, y claro está: las relaciones sentimentales.
Bajo esta hipótesis, Sarah Polley entrega su tercer largometraje de
ficción en el que, a diferencia de su anterior trabajo Lejos de ella (Away from Her,
2006), se rodea de personajes treintañeros que forman parte de una
generación que acostumbra rechazar lo carente de novedad tan rápido, tan
fácil y tan continuamente como quien cambia de zapatos. Y no es que
Polley sugiera que las generaciones que anteceden no padecieron de este
dilema, sino que ahora se suman al desapego emocional y a la creciente
incapacidad para generar lazos suficientemente fuertes: la realidad que
se encarga de alienarnos en pequeñas burbujas.
Aunque
la directora basa su argumento en un triángulo amoroso que se ha
llevado a la pantalla hasta el cansancio, logra hacer que sus
espectadores se detengan a reflexionar junto con ella sobre las
características más humanas, básicas y contrastantes de las relaciones
amorosas contemporáneas. Nos lleva con particular detalle y con una
remarcable sensibilidad a recorrer los procesos mentales y emocionales
de Margot, quien conoce al hombre de su vida, Daniel, mientras sigue
casada con Lou, que en algún momento también fue el hombre de su vida.
Entendemos, entonces, cómo con uno el enamoramiento es letal, cómo el
hacer el amor sin tocarse cobra sentido y cómo la frustración de la
imposibilidad nos lleva a perder raciocinio. Con el otro disfrutamos de
lo seguro y de lo conocido; somos testigos de lo que alguna vez fue
nuevo y se hizo viejo. Disfrutamos las bromas íntimas y el –sólo– dormir
con alguien.
El
minimalismo acostumbrado en los diálogos luce como nunca y logra una
intimidad implícita entre los personajes y el espectador. Lo poco que se
dice impacta por su belleza y por su cruda honestidad. Sin embargo, el
logro más aplaudible de la realizadora canadiense no está en lo mucho
que logra transmitir con lo poco que se dice, sino con lo que no se
dice. Triste canción de amor está atiborrada de hermosas e
inesperadas secuencias que carecen de diálogo pero que están sobradas de
emotividad, de significado y de congruencia, lo que evidencia las
habilidades narrativas y creativas de Polley.
Entre mujeres mayores desnudas que toman un regaderazo y atracciones mecánicas que, a ritmo de Video Killed the Radio Star
(1979) de The Buggles, nos enloquecen con su fluorecencia, Polley nos
regala personajes perfectamente delineados que se vuelven entrañables.
Michelle Williams se consolida como una importante actriz, y la
comediante Sarah Silverman deja el chiste atrás para interpretar a una
alcohólica que, al final, se convierte en la única que nos pone en
nuestro sitio.
Triste canción de amor
es una gran tragedia disfrazada de comedia romántica que con
entrañables momentos, nos hace darnos cuenta de que lo que se hace viejo
también tiene su chiste.
Triste canción de amor (Take this Waltz), de Sarah Polley, Canadá / España / Japón, 2011, 116 min.
Carlos Muñoz Vázquez trabaja en el área de distribución de la Cineteca. Además es programador en cineclubes independientes.
Fuente: http://iconica.cinetecanacional.net/index.php/contenidos/criticas/51-triste-cancion-de-amor
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